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martes, 22 de enero de 2013

MUJER


  
Un escenario la esperaba, las luces se encendieron y ella apareció emocionada.
De cabello corto, coloreado con cenizas. Arrugas en su rostro que no disimuló con el ligero maquillaje que lucía. Vestía pantalón negro y sobre sus hombros un poncho de colores, negros, rojos y blancos,  que la caracterizaban.
Juntó sus manos, se emocionó junto al micrófono. Dos hombres con hermosas guitarras comenzaron a tocar la melodía, ella liberó su voz como alas al viento.
Susurró, “La llorona”, mientras el público la ovacionaba con un fuerte aplauso. Siguió cantándole a la muerte, quizás presentía que la esperaba, quizás vio que  la acechaba.
Levantó sus brazos y entonó:
—¡Si ya te he dado la vida, Llorona!. ¿Qué más quieres? ¿Quieres más?—con el alma entregada a sus espectadores.
Sonrió con una mueca cansada. Señaló a los músicos y agradeció su compañía.
En su interior llevaba una identidad guardada, cofre que abría por las noches, mientras coreaba a algún amor de mujer imposible.
Bebió tequila para olvidar su pena y su tristeza. Por sus mejillas corrieron lágrimas, perlas que fueron al mar.
Se repuso y pensó, que cantando otra ranchera, borraría de su memoria a la que no pudo tener.



© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
El texto aquí presente se encuentra registrado y la autora del mismo posee todos los derechos relacionados al mismo. Por lo tanto se encuentra prohibida la copia, la venta, la redistribución, publicación sin la previa autorización de la escritora y así mismo no se puede reclamar la pertenencia de la pieza por parte de terceros.

*Las imágenes publicadas en esta entrada no son propiedad de la autora y fueron encontradas utilizando buscadores de imágenes.

viernes, 18 de enero de 2013

LA REINA DEL BOSQUE










Los duendes  bailan en el bosque. La espera se hace larga. Todo fue preparado para ella la reina de reinas.
            Ella llega de la mano del caballero. Ellos danzan la danza  dispuesta para la ocasión rodeada de flores y perfumes que engalanan su vestido de telas sedosas. Julia, la soberana del lugar, es la mujer más dulce que ellos conocen y adoran.
El astro luminoso se esconde en el horizonte y aparece la diosa de los enamorados. La Luna blanca, muy grande, esparce una cortina de luz sobre los festejantes; los árboles dejan filtrar a través de sus ramas sus luminosos rayos que caen como hilos de plata.
            El jolgorio se extiende, los animales que habitan el lugar se suman a él. Cada uno de ellos expone para la dama lo mejor que la naturaleza les dio.
            El cabello de Julia se desparrama sobre sus hombros como una cascada de oro. Las luciérnagas se colocan sobre ellos, se encienden fosforescentes y los irradian con su luz. Una leve brisa trae aromas de flores y frutos autóctonos; la reina recoge el perfume y lo esparce sobre su piel delicada.
            Dos duendes traen jarras con vino dulce, beben hasta el amanecer. Apresurados recogen pétalos de orquídeas y forman con ellos una alfombra. La reina la recorre descalza, antes que el sol los sorprenda y les promete regresar para la próxima primavera.




© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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viernes, 4 de enero de 2013

DIFERENTES ARRUGAS



Lo miró con resentimiento, el viejo tenía demasiadas arrugas en su rostro. A muchas de ellas las había visto formarse con el paso de los años.
Por lo poco que había leído en páginas de revistas y libros mohosos tirados en el revoltijo de su cuartucho, se suponían que tenían un significado.
Los ancianos las llevaban con orgullo pues formaban parte de un pasado vivido. Surcos longevos mediante los cuales jactaban las experiencias adquiridas, aquellas que le daban un porte de sabiduría.
Ella no podía llamarlo ni siquiera anciano, era un viejo mediocre y malvado.  Gran parte de su vida había dedicado a tratar de disimularlas mediante cremas y maquillajes que costaban fortuna. El dinero lo ganaba fácil, no importaba invertirlo en cosas inútiles.
Jimena  con veinte años se preparó para el momento que esperó durante mucho tiempo. Las maldades que había pasado junto a él, le daban permiso. Cada movimiento del viejo Juárez  estaba estudiado de manera cuidadosa.
Esperó que sus compañeras, las que quedaban, se durmieran. Abrió muy despacio la puerta de su habitación y buscó la copia de la llave que abría la del setentón. Entró descalza, decidida, como si la angustia reprimida se desatara en una tormenta de furia.
Lo vio dormido, roncando, emanando la resaca del whisky que vaso a vaso tomaba para agasajar la clientela todas las noches.
Embebió un trapo con el formol que él mismo usaba con frecuencia con ellas y lo apretó sobre las narices del ruin. Rápidamente sacó el cuchillo que Juárez atesoraba en su mesa de noche y con los ojos desorbitados comenzó a cortar la cara del sádico, mientras enumeraba en su mente sucesos pasados.
Primer corte de arrugas, por Karina la más joven de todas.
Segundo corte de arrugas,  por todas las que vivieron y murieron en el lugar como sus víctimas.
El viejo comenzaba a dar manotazos, entonces la joven gritó con vehemencia:
—¡Formol, mucho, mucho formol!
Entre carcajadas y llanto lo adormeció un poco más y lo ató con la misma soga que se había ahorcado Belén el mes anterior.
Gritó por última vez:
— ¡Por la inocencia que me robaste a los seis años al secuestrarme y obligarme a trabajar de prostituta!
Las jovencitas que dormían, al escucharla corrieron a mirar que pasaba. Vieron al viejo ensangrentado que  trataba de volver en sí y a Karina arrodillada frente a la cama.
Se abrazaron y lloraron ellas también. Pamela de ocho años, Luna de diez y Soledad de catorce.
Karina reaccionó, las vio indefensas y temblorosas como cuando ella había pisado por primera vez el lugar.
Resolvió en instantes una jugada que no tenía pensada. Se levantó rápidamente, fue hacia ellas y  las besó en las mejillas.  Luego se acercó nuevamente a Juárez y casi sin aliento susurró:
— ¡Por las arrugas de nuestras almas, formadas  por tanto sufrimiento! —cortándole el cuello con el filo del arma.




© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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