Aunque el sol doraba el patio,
cerró las ventanas, presagió una gran tormenta.
Pasaron unos minutos, sonó el timbre y Juliana abrió la
puerta.
Él entró para despedirse,
esbozando una sonrisa socarrona.
Ella sintió que su corazón era
una nube negra. Por sus mejillas rodó la lluvia y la tempestad atesoró su alma.
© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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