William y
Berenice entraron en la casa de Edgar. Sabían que estaba de fiesta con
Horacio.
El gato
negro se agazapó detrás de los cortinados. El cuervo fijó su mirada en la
mujer.
William,
conocía la morada como si fuese suya. Buscó el escarabajo de oro y se lo mostró
a la joven.
—¡Hermoso!
—dijo ella sonriendo.
Buscaron el
barril de amontillado y bebieron hasta embriagarse.
Edgar y
Horacio regresaron. Los encontraron recostados en la cama.
Horacio se
encolerizó.
—No te
aflijas, coloqué sobre el lecho, el almohadón de plumas que me prestaste —dijo
Edgar riendo.© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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