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viernes, 4 de enero de 2013

DIFERENTES ARRUGAS



Lo miró con resentimiento, el viejo tenía demasiadas arrugas en su rostro. A muchas de ellas las había visto formarse con el paso de los años.
Por lo poco que había leído en páginas de revistas y libros mohosos tirados en el revoltijo de su cuartucho, se suponían que tenían un significado.
Los ancianos las llevaban con orgullo pues formaban parte de un pasado vivido. Surcos longevos mediante los cuales jactaban las experiencias adquiridas, aquellas que le daban un porte de sabiduría.
Ella no podía llamarlo ni siquiera anciano, era un viejo mediocre y malvado.  Gran parte de su vida había dedicado a tratar de disimularlas mediante cremas y maquillajes que costaban fortuna. El dinero lo ganaba fácil, no importaba invertirlo en cosas inútiles.
Jimena  con veinte años se preparó para el momento que esperó durante mucho tiempo. Las maldades que había pasado junto a él, le daban permiso. Cada movimiento del viejo Juárez  estaba estudiado de manera cuidadosa.
Esperó que sus compañeras, las que quedaban, se durmieran. Abrió muy despacio la puerta de su habitación y buscó la copia de la llave que abría la del setentón. Entró descalza, decidida, como si la angustia reprimida se desatara en una tormenta de furia.
Lo vio dormido, roncando, emanando la resaca del whisky que vaso a vaso tomaba para agasajar la clientela todas las noches.
Embebió un trapo con el formol que él mismo usaba con frecuencia con ellas y lo apretó sobre las narices del ruin. Rápidamente sacó el cuchillo que Juárez atesoraba en su mesa de noche y con los ojos desorbitados comenzó a cortar la cara del sádico, mientras enumeraba en su mente sucesos pasados.
Primer corte de arrugas, por Karina la más joven de todas.
Segundo corte de arrugas,  por todas las que vivieron y murieron en el lugar como sus víctimas.
El viejo comenzaba a dar manotazos, entonces la joven gritó con vehemencia:
—¡Formol, mucho, mucho formol!
Entre carcajadas y llanto lo adormeció un poco más y lo ató con la misma soga que se había ahorcado Belén el mes anterior.
Gritó por última vez:
— ¡Por la inocencia que me robaste a los seis años al secuestrarme y obligarme a trabajar de prostituta!
Las jovencitas que dormían, al escucharla corrieron a mirar que pasaba. Vieron al viejo ensangrentado que  trataba de volver en sí y a Karina arrodillada frente a la cama.
Se abrazaron y lloraron ellas también. Pamela de ocho años, Luna de diez y Soledad de catorce.
Karina reaccionó, las vio indefensas y temblorosas como cuando ella había pisado por primera vez el lugar.
Resolvió en instantes una jugada que no tenía pensada. Se levantó rápidamente, fue hacia ellas y  las besó en las mejillas.  Luego se acercó nuevamente a Juárez y casi sin aliento susurró:
— ¡Por las arrugas de nuestras almas, formadas  por tanto sufrimiento! —cortándole el cuello con el filo del arma.




© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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2 comentarios:

  1. Un relato duro pero con cierto sabor justiciero que hace que el lector no repruebe a la protagonista. Lo malo del relato que nos has contado es que puede ser verdad. Venga, nos leemos.

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  2. Un estilo propio es posible que no agrade a muchos.... pero real sincero y muy muy posible. Ello hace de este relato una narraciòn impecable. me gusta Rosa de Hielo fiel a tu elecciòn.

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