Lynn se sentó a la mesa
a cenar. El plato contenía diminutos granos de arroz extraídos de una bolsa de
arpillera, los revolvía con un tenedor pensando que su mejor alimento era el
contenido de un libro. Tomó una servilleta de papel doblándola en forma de
alas, quizás con ellas podría transformarse en ave y volar hacia el infinito.
Su cuerpo estaba
agotado, no debería esperar una noche más para hablar con él, pedirle que la
abandone era lo mejor. ¿La plaza sería el lugar apropiado para expresarse? Allí
los bancos hablan entre sí mientras todos duermen. Descartó la idea, el mejor
sitio era la alcoba donde noche a noche la mortificaba.
Lavó la vajilla, entre
los utensilios enjuagó un cuchillo con el que pretendía cortar trozos de su pasado. Acomodó la mesa
para que se halle todo en orden. Colocó un florero con rosas, las que con
su perfume provocaron que salieran
invisibles mariposas.
Su alcoba estaba situada
en un edificio el cual miraba desde lo alto las diagonales. En el bulevar los
pájaros soñaban con tener una escalera para subir al cielo y descansar en una
nube.
Lynn tomó el caracol que
adornaba la mesa de luz, lo colocó en su
oreja tratando de oír el sonido del mar. Cerró los ojos, imaginó un barco que
en las profundidades del océano miraba los peces danzando.
Se acurrucó en la cama
presintiendo que él llegaría. Escondida entre las sábanas de seda dijo:
—¡Necesito que te vayas
y no regreses! Habrá muchas mujeres que quizás te necesiten. No sé como hacer
para que entiendas que ya no me haces falta.
Siguió el discurso tratando
de respaldar sus propias palabras:
—Sé que me ayudaste en
su momento. Con una birome y un papel escribimos sueños, viajé con tu asistencia
hasta el universo en el cual duermen los duendes. Pero me agobia tu presencia.
Las lágrimas brotaban
silenciosas de sus ojos, marcando en su piel de seda surcos salados que
llegaban hasta las comisuras de sus labios. Por último dijo:
—Hay dos caminos a
seguir, uno es muy simple, te alejas y yo quedo tranquila. El otro es morir,
pero sabes que si yo muero te llevaré conmigo —expresó convencida de sus
palabras. Tapándose con las sábanas hasta la cabeza dejó que él decida.
Un rayo de sol que se
colaba entre las cortinas de la ventana la despertó. Se dio cuenta que llegaría
tarde a su empleo, como también que él se había marchado. Supuso que el “Señor…”,
estaría dormitando en algún sitio oscuro, la luz no era de su agrado. Buscaría
otra víctima al anochecer.
Se levantó de la cama,
tomó una taza de café para despabilarse y marchó feliz hacia su lugar de
trabajo. Tranquila, pensando que el “Señor Insomnio” encontraría otra mujer para perturbar por las noches.
© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
El texto aquí presente se encuentra registrado y la autora del mismo posee todos los derechos relacionados al mismo. Por lo tanto se encuentra prohibida la copia, la venta, la redistribución, publicación sin la previa autorización de la escritora y así mismo no se puede reclamar la pertenencia de la pieza por parte de terceros.