Las nubes se vestían con
encajes negros, el cielo amenazaba tormenta. Juan apresuró el trote de su
caballo que arrastraba el carro en el que iba sentado. Debía llegar a su hogar,
antes que el campo se convirtiese en
lodo, aunque era peligroso.
Las gotas de lluvia
comenzaron a caer sobre su rostro como alfileres punzantes. La carga pesada de
cartón humedecido provocó que el
calamitoso transporte se bambolee como papel en el viento. El balanceo aflojó
una de las ruedas y el animal cayó sobre el barro.
El hombre, que solamente
recibió unos golpes, sintió que se le
destrozaba el corazón. Su fiel compañero de trabajo agonizaba a su lado al
quebrarse dos patas.
El temporal recrudeció, los relámpagos
iluminaban la oscuridad de la tarde y los truenos emitían un sonido tenebroso. Juan
se arrastró y se sentó debajo de un árbol buscando refugio.
Su cuerpo mojado
temblaba, el frío lo helaba. La luz de un relámpago alumbró el lugar, divisó una mujer vestida de negro con una hoz en la mano. Momentos
después un rayo cayó sobre el árbol en el que se amparaba.
Se escuchó la voz fúnebre femenina, quien con una sonrisa dijo:
—¡Tarea cumplida!
© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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Duro para quienes amamos a los animales, muy doloroso para quienes los despedimos con genuino amor.
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