En el sitio había mucho trabajo. Los androides azules trasladaban la basura para compactar. La depositaban en grandes vehículos conducidos con cautela por los de color verde.
Debían realizar la labor en el menor
tiempo posible. Cuando alguno de ellos perdía energía era reemplazado por otro
en pocos segundos.
La compactadora funcionaba
continuamente, los verdes dirigían los camiones hacia ella. Volcaban dentro los
residuos que se molían por completo.
Una luz roja se encendió de repente
y una alarma sonó descontrolada. La guardia de tecno androides se hizo presente
muy rápido. El problema parecía serio, no podían hallar el desperfecto.
A causa de la complicación los
vehículos apilaron la carga, de manera
provisoria, en un descampado. Por primera vez los androides se sentían
vulnerables y aunque miraban con asco la podredumbre que se amontonaba, no
encontraban una solución.
El jefe se hizo presente, lo que
puso en vilo a los técnicos. Si algo no le satisfacía seguramente terminarían
junto a los residuos.
En su idioma preguntó:
—¿Cuál es el problema? —indignado.
—No hay manera de reparar la
máquina, se quemaron demasiados chips y es imposible que funcione nuevamente
—respondió sumiso el técnico de mayor jerarquía.
—¡Ineptos! —dijo con ira, mientras
llamaba a la guardia de seguridad.
Dio la orden:
—¡Desprogramen a éstos inservibles!
Llévenlos al descampado y quémenlos.
Un guardia preguntó:
—¿Junto a ellos? —con tono
despectivo.
—¡Sí, se lo merecen! Apúrense, antes
que los humanos comiencen a despedir
gusanos.
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